La ciudad y su historia

 

 

Enclavada en la fértil vega formada por el río Guadalfeo a lo largo de los últimos seis mil años, Motril es una tierra de contrastes. Por un lado el arco montañoso que la circunda  con una altura media de 1000 metros y que a modo de anfiteatro nos permite contemplar el maravilloso espectáculo del cambiante mar. Y por otro, ese mar,  que en las zonas del Cabo Sacratif  y Calahonda rompe en la misma montaña formando maravillosas calas y unos fondos marinos espectaculares. En contacto con ambas, la vega, plantada durante mil años de cañas dulces, haciendo incomprensible el pasado sin su presencia y cuyas implicaciones ambientales y paisajísticas, unidas al patrimonio tecnológico que albergan las viejas instalaciones fabriles, constituyen hoy día un referente histórico esencial.

 

La presencia del hombre en nuestro entorno esta documentada hacia el IV milenio a.C. en pleno Neolítico, en las inmediaciones del río Guadalfeo, momento en el que la llanura litoral actual era una gran marisma con zonas emergidas ocupadas por abundante vegetación junto a canales navegables y áreas de tierra firme donde se sucedieron asentamientos neolíticos y posteriormente púnicos y romanos.

 

Entre los siglos IV y IX se produce en la costa  un fenómeno que los historiadores han denominado “ habitats de altura”. Se trata del desplazamiento de la población desde las zonas costeras hacia las áreas altas de las sierras  litorales, donde se construyen  enclaves frecuentemente fortificados. Sin duda este proceso estuvo influenciado por la quiebra del sistema romano y la consiguiente inestabilidad que afecta a la región  que transforma estas áreas en zonas inseguras.

 

 

 

A partir del siglo X la estabilidad de la nueva situación administrativa y militar, propiciada por el Califato de Córdoba, así como la bonanza climática que se inicia en este periodo, permite la ocupación de nuevo de los enclaves costeros y fluviales, dando origen a la primera gran transformación del territorio sustentado en la implantación de técnicas de irrigación y abancalamiento de laderas. El delta del Guadalfeo fue ocupado por la caña de azúcar como describe el geógrafo al-Razi, y por otras plantas de origen subtropical, rompiendo así la fuerte estacionalidad del sistema agrario de origen romano.

 

Por otro lado la actividad minera está constatada al menos desde el siglo XI, cuando se menciona la existencia en la zona de un importante yacimiento minero. Se  trata de las minas de “atutía” asociadas a la alquería de Batarna (Torrenueva) y que no eran otras que las del Cerro del Toro, donde aparecen indicios de explotación minera desde el Calcolítico hasta la época medieval.

 No obstante, todo parece indicar que fue durante el Periodo Nazarí cuando Motril fue ganando importancia en el conjunto territorial de la vega del Guadalfeo. Probablemente en el origen fuera una pequeña comunidad que basaba su economía en el espacio irrigado creado a partir de la construcción de la Acequia. Esta vital infraestructura hidráulica tiene su origen en una presa de derivación o azud hecha de troncos y mampostería en las inmediaciones del Tajo de los Vados. Desde aquí y siempre en sentido S-SE atravesaba las vegas de Pataura, alquería hoy desaparecida, Bates, Motril y Paterna donde moría.

 

La construcción de la acequia y las nuevas plantas traídas desde oriente y aclimatadas muchas de ellas en tierras propiedad de la familia real nazarí hicieron del  Motril bajomedieval un enclave con cada vez más peso específico en el conjunto de la Costa, tendencia esta que se acentuó a raíz de la conquista por los Reyes Católicos en 1489, al actuar Motril de polo de atracción de la población mudéjar expulsada de los núcleos fortificados circundantes.

 

 

A lo largo del siglo XVI  y como consecuencia de la conquista castellana Motril se fue consolidando como el principal centro económico y administrativo de la comarca,(en ella residía el teniente de corregidor de toda la Costa de Granada) con una agricultura basada en el cultivo y transformación de la caña de azúcar que en el último tercio del siglo adquiere el carácter de monocultivo, en detrimento de otras actividades agrarias propias del mundo nazarí como la seda. La expulsión de los moriscos motrileños en 1570 tras la sublevación y guerra de 1569 puso fin a casi un siglo de muy difícil convivencia.

 

El siglo XVII es, en líneas generales, un siglo de bonanza que no se truncaría hasta la epidemia de peste de 1679. Hasta ese momento la manufactura del azúcar era sin duda alguna la principal actividad económica. Los trabajos de recogida, molienda de las cañas y su transformación en azúcar exigían la presencia  de numerosa mano de obra que de forma estacional acudía a Motril desde otras comarcas. Según los textos “cinco o seis mil personas de la gente mas inquieta que tiene toda la Andalucía”. Esta fuerte relación de Motril con el azúcar se expresa de manera inequívoca en los versos de Francisco de Quevedo “ ...si pan de azúcar en Motril te encajo”.

 

Esta febril actividad permitió la transformación urbana de la villa que en este siglo se fue dotando de un importante patrimonio arquitectónico tanto civil como religioso. En efecto, en estos años se acometen las obras de los principales edificios de  la ciudad, algunos hoy tristemente desaparecidos. En el ámbito de la arquitectura civil destacan, entre otros, el Ayuntamiento, La Real Casa de Comedias, la casa de D. Alonso de Contreras o la más conocida como de la Inquisición en la calle marqués de Vistabella. En el ámbito de la arquitectura religiosa se amplía la Iglesia Mayor a la que se dota de crucero y capilla mayor de gran monumentalidad, obra de Ambrosio de Vico y se construyen la mayoría de iglesias, conventos y ermitas.

Como colofón, el rey Felipe IV le concede en 1657 el título de ciudad, con el privilegio de poder usar sus armas y dosel, a la vez que la separa del corregimiento granadino del que dependía desde el año 1500.

 

El cambio de dinastía en 1700, en el que tuvo un papel relevante el apoyo a los Borbones de nuestro paisano el Cardenal Belluga y al que Motril contribuyó con tropas y dinero, le valió a la ciudad la concesión por parte de Felipe V de la distinción de “Muy Noble y Leal”  que desde entonces ostenta en su escudo.

En lo económico, tras superar la crisis provocada por la epidemia de peste de 1679, el siglo XVIII  se inicia en Motril con un repunte en la industria azucarera que a lo largo del siglo conocerá sus peores momentos debido tanto a factores internos como externos. Estos factores son la degeneración de la planta, la alta presión fiscal que gravaba la producción azucarera, las continuas heladas y la competencia del azúcar de las colonias. Todos ellos contribuyen a la práctica desaparición de la planta de la vega motrileña hacia 1800 y su sustitución, a instancias de la Sociedad Económica de Amigos del País,( máximo exponente del movimiento ilustrado en nuestra ciudad), por el arroz en un primer momento y mas tarde por el cultivo del algodón que se enseñoreará en nuestra vega hasta mediados de la centuria siguiente, fecha en la que la aparición de la tecnología del vapor aplicada a la fabricación de azúcar, hará renacer con renovado ímpetu la industria azucarera de la ciudad y que dará lugar al nacimiento de una nueva burguesía mercantil, creadora de espacios domésticos y lúdicos que prestigian su ascenso y estatus.

 

A pesar de la desolación general postguerra a la Guerra de la Independencia, había un motivo para la esperanza: el cultivo del algodón, que vino a sustituir a la caña de azúcar aprovechando los inicios de la industria algodonera moderna en la bahía de Cádiz y en Barcelona propiciado por una coyuntura bélica que rompió la comunicación con los tradicionales mercados americanos y mediterráneos a finales del siglo XVIII. Pero el “ciclo del algodón” fue un breve interludio, lucrativo para los empresarios catalanes que lo dirigían mientras las circunstancias fueron favorables, pero distorsionador en lo social, al no absorber totalmente la abundante mano de obra de la tradicional actividad cañera, y catastrófico, cuando desapareció la protección arancelaria en 1841, abriéndose los mercados de nuevo al algodón extranjero. En 1846 este monocultivo desapareció por completo de la Costa.

 

 

Para entonces se dieron una serie de circunstancias propicias para ensayar nuevamente en las vegas litorales la explotación secular de la caña de azúcar, pero sustituyendo los ingenios preindustriales por métodos fabriles. El movimiento y concentración de tierras derivados de las desamortizaciones de 1835 y 1855  favoreció la aparición de una nueva clase burguesa emprendedora, que supo aprovechar la introducción de caña Otahití, la política arancelaria favorable al azúcar peninsular y los adelantos técnicos ensayados antes en las Antillas: el vapor como fuerza motriz de los molinos, la cocción y evaporación al vacío y las turbinas para la purga o separación del azúcar y las mieles.

 

 

Desde los inicios del siglo XX el azúcar de caña pasaría a convertirse en una producción marginal con fuerte presencia local, sujeta a diversos vaivenes (regeneración de la caña en 1925, al introducir el agrónomo Arsenio Rueda una variedad traída de Java), hasta su definitiva regresión a partir de la década de 1970, habiendo hoy desaparecido este cultivo histórico en la zona de la vega de Motril. En cambio, en las huertas y jardines de la vega ya a mediados del siglo XIX se comenzaron a plantar los primeros subtropicales: chirimoyos, aguacates y mangos sustituyeron a los tradicionales cultivos de árboles frutales a partir de 1950 y se generalizaron desde 1970 como respuesta a la crisis azucarera, extendiéndose progresivamente, conforme ascienden las cotas de los sistemas de regadío, por bancales y laderas. 

 

 

En los años sesenta, la instalación de la fábrica de papel (Celulosa), los nuevos centros de enseñanza media públicos, el elevado nivel de construcción, impulsaron un importante crecimiento económico que situó, a partir de los años 70 del pasado siglo, a Motril como cabeza indiscutible de la comarca tanto a nivel administrativo como agrícola y comercial.

 

Así, al comenzar el siglo XXI, Motril es la segunda ciudad de la provincia después de la capital y cabecera de una comarca que supera los 120.000 habitantes con importantes expectativas de futuro y que poco a poco va desprendiéndose del lastre que ha supuesto su secular aislamiento geográfico. En los últimos años hemos asistido a un fuerte cambio socioeconómico apoyado tanto en la agricultura como en el sector servicios y con una clara vocación turística, basada fundamentalmente en la baja densidad de las construcciones y en la preservación de su calidad ambiental, sin olvidar las actuaciones museísticas sobre los restos patrimoniales que han marcado nuestro pasado azucarero (Museo Preindustrial del Azúcar y Museo Industrial en la Fabrica del Pilar).